
Ella sufre de la ausencia de sus manos, sus caricias,
de esas mañanas tan tibias bajo las sábanas huecas,
riéndose y apoyándose cadera contra cadera,
de mirarse muy despacio respirando a la carrera
y olvidándose de todo con esa magia certera.
–
No imaginaron sus vidas sintiendo de otra manera,
sin pensar en la dolencia, les sorprendió la desidia
de perderse en un momento en que encontrarse deberían
y perdieron toda fuerza cuando más se requería
convirtiendo sus flaquezas en el norte que les guía.
–
Cuando se encuentran se miran y esquivando la mirada
intentan no sentir “vida”, pero no sirve de nada
sabiendo que ahora no es suya esa ruta planeada
se desean, se acobardan, sienten esa puñalada
en el centro de su centro, en el hueco de su almohada.
–
Ya no hay más mañanas tibias ni mas sábanas mojadas
no hay ternura, ni caricias y esa tristeza le embarga
siente en una pesadilla que la pasión se aletarga
dejando paso a un dolor tan profundo que se alarga
de los pies a la cabeza como si fuese una daga.
–
Beatriz Barragán Fernández Ⓒ 12.05.2020

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